LA PAPELERIA COMERCIAL CIERRA

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Aunque la papelería Comercial está en el número 25 de la calle del Príncipe desde que la gente andaba en coches de caballos, Joaquina Mur lleva 20 años tras el mostrador pero toda una vida vinculada a un negocio familiar que inició su suegro en 1917 y continuó su marido, Luis Lorenzo, haciéndose ella cargo tras su fallecimiento.
 
Por eso, a Quinita, como todos la conocen, se le saltan las lágrimas de pena al contar que hace tres días recibió una notificación que la obliga a abandonar el local la semana que viene, el 14 de mayo, con lo que el tiempo se le echa encima para despachar el género y un cartel anuncia fuera que cierra y pone en marcha una «liquidación con cariño». Dice que sabía que tenía que ocurrir algún día, «pero no así», lamenta explicando que los propietarios del edificio, de ilustre apellido en Vigo, no se han conducido precisamente por el camino de la elegancia para poder llegar a un acuerdo.
 
Al caducar los contratos de renta antigua no se pusieron en contacto con ella. «Empezaron por no pasarme el alquiler en febrero. Pero las cosas se hablan, que somos personas», insiste, añadiendo que el desenlace se precipitó debido a que el ascensor de la tienda de moda Blanco se cayó. «Comparte medianera con la pared de lo que era la joyería Rosende y me perjudicó porque el suceso aceleró la declaración de ruina. De todas formas llevaban décadas sin preocuparse. Ya cuando vivía mi marido había humedades que nunca arreglaron. Se levantaba a las 4 de la mañana preocupado porque entraba agua en el escaparate. Más tarde tuvimos que dejar de vender los artículos de piel porque se estropeaban», asegura.
 
La tristeza invade el ánimo de la mujer para la que este negocio es como su casa y expresa un gran apego a la ciudad. «El edificio está catalogado y como tal lo debían conservar. No entiendo que el Concello haya consentido dejarles llegar a este extremo. Lo compraron con la mala idea de dejarlo arruinar», opina añadiendo que su tienda es un referente en la historia local. «Me olía la tostada, por eso lo último que quise hacer es un homenaje a la ciudad y traje muchos objetos relacionados con ella», cuenta.
 
Joaquina no contempla cambiarse de local y se resiste al retiro. «Tengo la edad, pero trabajar me gusta. La jubilación te la da la vida». Durante 17 años tuvo una empleada, Mari Conchi, hasta que lo dejó porque ya no se veía con fuerzas. «Ahora me sobro sola. Las ventas flojean, pero me defendía. Y hasta aquí llegamos», resume.

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