EN EL PAIS DEL AUTOBÚS

EL VIGO QUE FUE


Galicia viaja en autobús. Su sistema ferroviario es pobre, sin servicios de cercanías, tiene horarios escasos y deja amplias zonas del país sin cobertura. Para colmo, decenas de estaciones han sido abandonadas en los últimos treinta años. El corredor de velocidad alta del Eixo Atlántico ha agravado el problema, dejando numerosas localidades sin tren o con un servicio meramente anecdótico. Comparada con Alemania, Reino Unido, Francia o Italia, Galicia tiene un tren malo, más bien malísimo. Por eso triunfa el autocar.
 
 
Autobús de La Regional
 
 
En lugar de articular el territorio con una buena red ferroviaria, Galicia ha apostado por la alta velocidad a Madrid. Se han gastado en ello millones, como si ir a la capital de España en tren fuese algo importantísimo. Cuando la verdadera necesidad está en los desplazamientos metropolitanos y regionales, escasos o inexistentes en casi todos los casos. Galicia tiene tres aeropuertos, dos de ellos en la misma provincia (A Coruña, por supuesto), y ninguno tiene una conexión ferroviaria ni por metro ligero. Pero llenamos los periódicos con «trascendentales» obras ferroviarias en Villalpando, en Zamora, o en Villalar de los Comuneros, que nos conectarán con la Meseta. Es lo que hay. Es el país y los dirigentes que tenemos.
 
Dejando a un lado la reflexión, la realidad es que Galicia va en bus. Desde que Evaristo Castromil Otero fundó sus líneas, el Castromil conectó a los gallegos. Al igual que el ATSA, el Raúl, el Auto Industrial o el Ojea.
 
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Vigo y su área metropolitana se mueven también en autocar. Antes de que llegase el invento, en el último tercio del siglo XIX, la ciudad se desplazaba en coche de caballos. Había en 1880 en la ciudad tres grandes compañías de carruajes. La más popular era la de Herrador, situada en el solar donde estuvo el bar Goya, con las caballerizas en la actual calle Gil. Ofrecía cestos, berlinas, landós y carrozas fúnebres. En Colón, llamada Ramal hasta el cuarto centenario del Descubrimiento de América, en 1892, estaba la de Alejo. Y, en la Porta do Sol, donde hoy se yergue el edificio Simeón, se situaba la de Bao. Las tres eran los taxis del Novecento y competían por alquilar su vehículos de caballos para los desplazamientos por la ciudad.
 
Los billetes no eran baratos. En 1867, ir de Vigo a Pontevedra costaba 24 reales en berlina. Se invertían cuatro horas en el trayecto y el viaje era peligroso, pues los caminos, sobre todo embarrados en invierno, favorecían los accidentes. Y los aurigas no siempre iban en las mejores condiciones. Al punto de que, en 1837, se había dictado una orden prohibiendo que los chóferes condujesen «durante más de 24 horas seguidas».
 
Con el nuevo siglo, llega el bus, de la mano del genial Antonio Sajurjo Badía. Su empresa de fundición, La Industriosa, logra reconvertir motores de vapor en de gasolina y funda La Regional, compañía de autocares cuya principal ruta es A Coruña-Santiago. Con ella, desbanca a La Ferrocarrilana, la compañía de diligencias que operaba hasta entonces. E incluso implanta un nuevo invento, marca de la casa, las «estaciones telefónicas portátiles». Se trata de postes de teléfono situados en la ruta cada diez kilómetros. Así, en caso de avería, el conductor puede pedir rápidamente que venga otro vehículo. El Habilidades acababa de inventar los postes de emergencia de las autopistas.
 
El bus de principios de siglo Desde su fundación, en 1906, la compañía desbanca a las diligencias y se hace especialmente popular en la ruta entre A Coruña y Santiago. Amador Montenegro describe aquellos viajes: «El servicio era regular y con buenos horarios, pero la falta de elasticidad de las direcciones, los neumáticos macizos y la falta de práctica, hacía que no pocas veces visitaran los prados lindantes, pero así y a todo era un gran servicio que se consideraba seguro y rápido».
 
Al principio, las ruedas eran macizas. Cuando se inventó la cámara de aire y aparecen los neumáticos, surgió otro problema, que describe Montenegro: «Tenía el terrible enemigo en las tachuelas de los zuecos, se pinchaban las ruedas y era preciso cambiar los neumáticos y aún desmontarlos para tapar el pinchazo con sendos parches».
 
Este cronista recordaba que un fotógrafo vigués «inventó un líquido que tenía por objeto tapar los pinchazos y que estaba formado con vino y amianto molido, su eficacia era relativa pero si el tiempo era seco no dejaba de ser eficaz, y lo era menos cuando llovía».
 
Desde La Regional a Castromil, hasta llegar hoy a Monbús, Galicia es un país de autocares. Sanjurjo Badía fue el pionero en la creación de líneas. Y, mientras seguimos hablando del tren rápido para ir a Madrid, no olvidemos que vivimos en un territorio que se ha tejido gracias al bus.
 
Eduardo Rolland. La Voz de Galicia
 
 
 
 

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